martes, 24 de abril de 2007

Se le recuerda principalmente como “el Papa de la victoria de Lepanto”, no porque fuera un hombre belicoso, sino porque con su autoridad y con su prestigio personal logró imponer una tregua en las discordias caseras de los Estados europeos y llevarlos a una “santa alianza” para detener la amenazadora avanzada de los turcos. El 7 de octubre la armada Cristiana obtuvo en las aguas de Lepanto una definitiva victoria contra la flota turca. Ese mismo día Pío V, que no disponía de los rápidos medios de comunicación de hoy, ordenó que tocaran todas las campanas de Roma, invitando a los fieles a darle gracias a Dios por la victoria obtenida. Michele Ghisleri elegido Papa en 1566 con el nombre de Pío V, nació en Bosco Marengo, Provincia de Alessandria (Italia) en 1504. A los 14 años entró a la Orden de los dominicos. Una vez ordenado sacerdote, atravesó todas las etapas de una carrera excepcional: profesor, prior del convento, superior provincial, inquisidor en Como y en Bérgamo, obispo de Sutri y Nepi, cardenal, grande inquisidor, obispo de Mondoví, y Papa. Pío V fue sobre todo un gran reformador. Entre las reformas que promovió, siguiendo el concilio de Trento, recordamos la obligación de residencia para los obispos, la clausura de los religiosos, el celibato y la santidad de vida de los sacerdotes, las visitas pastorales de los obispos, el impulso a las misiones, la corrección de los libros litúrgicos, la censura de las publicaciones. La rígida disciplina que el santo Pontífice impuso a la Iglesia fue también norma constante de su vida. Vivía el ideal ascético del fraile mendicante. Condescendiente con los humildes, paterno con la gente sencilla, pero sumamente severo con cuantos comprometían la unidad de la Iglesia, no dudó en excomulgar y decretar la destitución de la reina de Inglaterra, Isabel I, a sabiendas de las consecuencias trágicas que esto acarrearía a los católicos ingleses. Pío V murió el 1 de mayo de 1572, a los 68 años de edad. Fue canonizado en 1712.
SAN PIO V
(† 1572)

Bosco Marengo es una villa del norte de Italia, cercana a Alessandría; en ese paisaje melodiosamente umbrío, equidistante del mar de Génova y de los Alpes suizos, hay una casita humilde, cuidada, blanca; el 17 de enero de 1504, fiesta de San Antonio Abad, nació allí un niño predestinado a la gloria de este mundo y, lo que es mejor, a la gloria de los santos.
El matrimonio de Pablo y Dominga Augeria era cristiano y pobre; la familia de los Ghislieri había venido a menos en lo económico, pero sin perder el rango espiritual. Al niño le pusieron el nombre del santo abad y le educaron en el temor de Dios. Antonio mostró en aquella infancia oscura anhelos de buscar el camino vocacional del claustro; pero la pobreza era tanta que tuvo que dedicarse a pastorear un rebaño. El pastorcillo cumplía resignadamente el oficio y, entre el ganado, no se cansaba de levantar el corazón a Dios en oración limpia. Y su oración fue oída. El señor Bastone, natural también de Bosco Marengo, le ayudó generosamente, enviándole a la escuela de los dominicos en compañía de su hijo Francisco. Antonio, redimido de su ocupación pastoril, y Francisco, el vástago del señor Bastone, iban todos los días muy de mañana a la escuela juntos. Antonio reveló unas excepcionales condiciones para el estudio y un alma transparente, en la que ardía de antiguo la llama de la vocación. Los padres le allanaron las dificultades, y el joven Antonio, con catorce años al hombro y un mundo de sueños, recibió el hábito de dominico en Voghera, no muy lejos de Bosco; de Voghera le destinan a Vigevano, donde hace el noviciado y profesa el 18 de mayo de 1521; el pastor Antonio Ghislieri es ya fray Miguel de Alejandría. Bolonia, con sus torres y sus cátedras, guarda los restos mortales de Santo Domingo de Guzmán; junto a la celda y al sepulcro del fundador, fray Miguel, estudia filosofía, teología y santidad. En 1528 está ya en Génova y allí recibe el orden sacerdotal.
Empieza una nueva etapa de su vida: la de la acción. Si buscásemos un símbolo para definir la entrega y fidelidad con que fray Miguel de Alejandría se dedicó a la enseñanza, a la predicación, a la pobreza, a los oficios divinos, al destierro de la herejía en Pavía, en Alba, en Como, no sería menester alejarse del primitivo empleo que tuvo en la infancia, recreciendo el significado vulgar con el concepto evangélico del "buen pastor". Austero y tenaz en todo, le comparaban a San Bernardino de Siena en la pobreza y a San Pedro Mártir en el celo por la verdad y por la fe. Más se pareció a éste, pues estaba cortado por el mismo patrón dominicano y, como él, fue inquisidor en la diócesis de Como; caminaba a pie siempre, vestido con su hábito, el hatillo al hombro, la mirada puesta en el cumplimiento del deber. No le arredraban los peligros, ni los trabajos, ni las amenazas. Se enfrentaba, si era preciso, con el lucero del alba y le cantaba las cuarenta a los nobles y a los herejes cuantas veces era preciso, sin intimidarse nunca. El conde de la Trinidad, furibundo, le dijo en Alba que le arrojaría a un pozo; no se inmutó. En Como tuvo que refugiarse en casa de Bernardo Odescalchi porque los mercaderes de libros heréticos habían promovido una algarada contra él, pues decomisó sus mercancías; en otra ocasión, le aconsejaron que se disfrazase para no ser reconocido por los herejes en tierras de grisones. "Preferiría —contestó— ser mártir con el hábito puesto."
A fines de 1550 se fue fray Miguel a Roma para justificar su conducta de inquisidor. Las acusaciones de mala fe le estaban formando en la Ciudad Eterna un ambiente difícil. El cardenal Caraffa supo comprenderlo y admirarlo. No salió solamente justificado; aumentó su prestigio. Un año más tarde Julio III, a instancias de Gian Pietro Caraffa, le nombró comisario general de la Inquisición; con Caraffa y con Cervini fue fray Miguel el mismo de siempre: un austero religioso, un hombre de oración, un pastor vigilante.
En 1555 falleció Julio III; el 9 de abril del mismo año es elegido Sumo Pontífice el cardenal Cervini —Marcelo II—; el reinado fue breve: murió el 30 de abril; el 23 de mayo la triple corona recae en Gian Pietro Caraffa: Paulo IV. El nuevo Papa confirmó a fray Miguel en el cargo de comisario general de la Inquisición, le preconizó obispo de Sutri y Nepi el 4 de septiembre de 1556; pero el dominico no deseaba más que la paz de su convento; le infundían pavor los cargos. Paulo IV dijo que sería preciso ponerle cadenas en los pies pira evitar que se encerrase en el claustro. Mas no fueron cadenas lo que le puso, sino el capelo cardenalicio: 15 de marzo de 1557. Un año más tarde le nombra inquisidor mayor de la Iglesia.
El sucesor de Paulo IV fue Pío IV, Médicis de pura cepa, que fue coronado el 6 de enero de 1560. Pío IV fue el último Papa del Renacimiento; el cardenal Ghislieri —nuestro fray Miguel— le amonestó en más de una ocasión, ganándose el desprecio y la desgracia del Papa, que le postergó cuanto pudo. Ignoraba Pío IV que aquel cardenal inflexible, amante de la pobreza, despegado del mundo y de los honores, celoso por la gloria de la casa de Dios, iba a ser su sucesor; se llamaría también Pío, en gesto magnánimo a la memoria del papa difunto; pero sólo heredaría de él el nombre. El programa del pontificado seria totalmente distinto. Más que papa del Renacimiento, Pío V sería el Pastor de la Iglesia.
Pío IV falleció el 9 de diciembre de 1565. El Cónclave para elegirle sucesor, después de los funerales acostumbrados, iba a celebrarse en la Torre Boria; Aníbal Altemps, con sus tercios de infantería, montó la guardia para que el curso de la elección no se enturbiase por las Intrigas externas. Más de medio centenar de cardenales se encerraron en cónclave el 20 de diciembre. Era la medianoche. El frío congeló la argamasa con que se tapió el Cónclave, según rito y usanza antiguos. Fuera, conjeturas, expectación, nerviosismo de los embajadores. Dentro, Borromeo, Farnesio y Este eran cabezas de los tres partidos más fuertes; Borromeo representaba a los cardenales creados por su tío Pío IV, que le aconsejó, ya en el lecho de muerte, que trabajase por la candidatura de uno de ellos; Este era el adalid de los cardenales adictos a Francia; Farnesio ejercía un influjo poderoso por su riqueza y su estirpe. Los tres cabezas bregaron como pudieron; Borromeo como un santo; Este y Farnesio como dos príncipes del Renacimiento. Cayó, por imposibilidad nacida de las oposiciones de los grupos, la candidatura de Morone —que había tenido que habérselas con la Inquisición"—, la de Farnesio —que se resignó a la fuerza, forjándose esperanzas para mejor ocasión—, la de Riccia —quien se opuso Borromeo por no parecerle digno por su vida anterior—, la de Sirleto, etcétera. Por fin, Farnesio y Borromeo, remontándose sobre los egoísmos, optaron por Ghislieri. La tarde del 7 de enero de 1566 quedó decidida la elección. Al anochecer, una teoría de púrpuras se encaminó a la celda del austero fraile. A la fuerza le condujeron a la capilla Paulina y allí le proclamaron Papa. Un momento de angustia se produjo cuando el cardenal decano, Pisani, le preguntó si aceptaba y Ghislieri guardó silencio: le instaban todos. Por fin, dijo: "Estoy conforme."
El Cónclave se abrió. La Iglesia tenía Papa. Todos reconocían en el cardenal Ghislieri al hombre de magníficas virtudes, acérrimo defensor de la verdad, pero las intrigas de algunos soberanos y de algunos electores le habían excluido de antemano. “Nos llevó el Espíritu Santo sin padecerse presión —apunta Pacheco a su rey Felipe II—, como se ha visto hoy en muchos hombres, que, cuando entraron en Cónclave, antes se cortaran las piernas que ir a hacer Papa a Alejandrino y corrieron a hacerle los primeros." Los cardenales se alegraron. Pío V era el Papa que la Iglesia necesitaba.
La fiesta de la coronación se fijó para el 17 de enero, sexagésimo segundo cumpleaños de Pío V; el júbilo del pueblo fue enorme. Diez días después tomó posesión de San Juan de Letrán. El Papa —mediana estatura, enjuto de carnes, de ojos pequeños y mirada aguda, nariz aguileña, barba nevada y cabeza venerablemente calva— vio aquel día entre la gente que le aclamaba a su antiguo condiscípulo Francisco Bastnne, que, desde Bosco, había acudido a Roma para asistir a la entrada de Pío V en San Juan de Letrán; el nuevo Pontífice le llamó y, en agradecimiento a su padre, le dio el cargo de gobernador del castillo de Sant-Angelo. Toda Roma se enteró así del humilde origen del Papa, maravillándose que Dios hubiese elevado al pastorcillo de Bosco a Pastor supremo de la cristiandad.
La vida íntima de Pío V redobló el ritmo de la austeridad y de la oración; la tiara era su gran cruz; no se quitó la tosca ropa interior de fraile, fue muy parco en el comer, incansable en el trabajo; visitaba las iglesias a pie, ahuyentó del palacio a los bufones, vivía alla fratesca. Sus devociones preferidas eran la meditación de la Pasión, el Santísimo —decía misa todos los días— y el Rosario. En la procesión del Corpus llevaba la custodia a pie, descubierta la cabeza y arrobado en éxtasis adorante. La gente se asombraba de aquel recogimiento. El embajador español Requeséns opinaba que desde hacía trescientos años la Iglesia no había tenido mejor Pastor. Era enemigo de los aduladores y gustaba que le dijeran las verdades del barquero. Dadivoso en extremo con los pobres, les repartía con gozo cuanto estaba en sus manos.
Las razones políticas no existían para él; sí, en cambio, las razones de Dios y del bien de la Iglesia. "Raras veces —comenta el autor de la Historia de los Papas— en un papa el príncipe temporal ha quedado tan por entero atrás del sacerdote, como en el hijo de Santo Domingo que estaba ahora sentado en la silla de San Pedro."
No quiso saber nada de nepotismos, mal del tiempo. Cuando le indicaron que convenía elevar a sus parientes, respondió con firmeza: "Dios me ha llamado para que yo sirva a la Iglesia, no para que la Iglesia me sirva a mí". Inexperto en los negocios políticos, que no le atraían, cedió a los ruegos de todos los cardenales y del embajador español, nombrando cardenal y secretario de Estado a fray Miguel Bonelli, O. P., sobrino segundo, suyo; pero le obligó a seguir viviendo como un mendicante y le exigió una “vida parecida a la suya”; le reprendió tan severamente una vez, que el joven cardenal enfermó de tristeza; al cardenal Farnesio, que le sugería que fortificase Anagni, le replicó que la Iglesia no necesitaba cañones ni soldados, sino oración, ayuno, lágrimas y estudio de la Sagrada Escritura. La independencia de criterio de Pío V se debía a su carácter, pero también influyó en ello la desconfianza en los cardenales, a quienes, por otra parte, trataba con inaudita afabilidad y respeto, aunque pronto pensó purificar el Sacro Colegio con la elevación de hombres dignos de tal honor.
Con denuedo trabajó Pío V para convertir a Roma en un dechado de ciudades cristianas, visitó las parroquias, como obispo; castigó los escándalos, sin acepción de personas; dio ejemplo con su santa vida. Roma, cuentan los embajadores, cambió por completo: la ciudad del lujo y de la frivolidad renacentistas parecía ahora un "convento seglar".
El reinado de Pío V se centró o se abrió en cuatro dimensiones capitales: primera, la puesta en marcha de los decretos tridentinos, o sea la reforma de la Iglesia; segunda, la lucha contra los herejes; tercera, la cruzada contra los turcos, pesadilla de la cristiandad, y cuarta, el fomento de las ciencias eclesiásticas.
El espíritu de Trento parecía haberse encarnado en la persona de Pío V. Todo el mundo estaba convencido de esta verdad. A raíz de su elevación al trono pontificio un observador extranjero comentó: "Tiene vida para diez años y planes de reforma para ciento y mil”. Empezó por la cabeza, ayudado de Ormaneto, instado por San Carlos Borromeo, dando a la Corte ejemplo incontrovertible de rigor y de vida austera, Reformó el Breviario, y el Misal, publicó el famoso Catecismo de Trento —llamado también de San Pío V—, que apareció ya en 1566 en la imprenta de Pablo Manucio; urgió la obligación de la residencia a los obispos, les impulsó a celebrar sínodos y visitas pastorales, adelantándoseles con el ejemplo. Tiépolo decía que el nuevo Papa no hacía otra cosa que reformar.
Como Paulo IV, con quien estuvo tan compenetrado, sabía que la fe es sustancia y fundamento del cristianismo; los que esperaban que no se llevasen a la práctica los decretos tridentinos se equivocaron de punta a punta. Peor agüero fue Pío V para los herejes, pues los persiguió sin descanso. El viejo inquisidor no les concedió ni una sola tregua. El palacio inquisitorial, demolido a la muerte de Paulo IV, fue reedificado con mayor suntuosidad; el 2 de septiembre de 1566 atronaban el aire las salvas de los cañones de Sant-Angelo. Se estaba colocando la primera piedra del nuevo edificio. El Papa asistía a las sesiones de la Congregación de la Inquisición y creó una nueva —la del Indice de libros prohibidos— para velar por la ortodoxia. Otro medio eficaz fue el fomento de las ciencias eclesiásticas. Destinó crecidas sumas de dinero a la reedición de las obras de San Buenaventura y de Santo Tomás; a éste le declaró Doctor de la Iglesia por bula de 11 de abril de 1567, pues había sido el "gran teólogo" de Trento. Ningún concilio se celebraba sin el Aquinas; comisionó a San Pedro Canisio, a quien apreciaba grandemente, a refutar los centuriadores de Magdeburgo y la Confesión de Augsburgo; favoreció a Sixto Senense, autor de la Bibliotheca Sancta; desterró, cuanto pudo, las ponzoñas del Renacimiento y levantó la Universidad de Roma: la "Sapientia".
Aquel fraile, que nada anhelaba más que la paz del claustro, soñó con una cristiandad bien hermanada, procurando que los príncipes cristianos estuviesen unidos. Pero, por fuerza de este anhelo, tuvo que convertirse en el Papa de las grandes batallas. El poderío turco era la pesadilla de la cristiandad. Pío V fue el paladín de la Liga Santa. Exhortó con machacona insistencia a España, a Venecia, a Francia..., incluso a Rusia, con cartas personales, con legados, con promesas. Las miras del Papa se clavaban en la defensa y expansión de la fe —aventajó a sus predecesores en el celo por las misiones— y en el robustecimiento de la paz, pues sólo así se podía llegar a una Europa robusta y cristiana. El 31 de julio de 1566 ordenó una procesión de rogativas para que el Señor alejase el peligro temible de los turcos; Pío V caminó a pie, rezando y llorando. Era conmovedor ver llorar al Papa. Si fuese posible remediar la amenaza con su sangre propia, dijo, la daría de buen grado. Ayudó al emperador, a los caballeros de Malta; visitó personalmente las fortificaciones que mandó hacer en Ancona, Civitavecchia y Ostia. Pero no se contentó con la defensa; la mejor manera de librar al Occidente del poderío de la media luna era aplastar ese poderío. Para ello se necesitaba una acción naval conjunta de todas las naciones cristianas.
Después de mil intentos y mil fracasos, la constancia de Pío V logró ganar a Venecia y a España para la Liga; no fue fácil, pues Felipe II tenía que atender a sus amplísimos dominios, y Venecia jugaba constantemente a la traición. La tenacidad y las lágrimas de Pío V pudieron sobreponerse a todas las infidelidades y deserciones. El 27 de mayo de 1571 se publicó en San Pedro la noticia de la triple alianza: La Santa Sede, España y Venecia lucharían juntas contra el Islam; se acuñó una medalla conmemorativa Y se publicó un jubileo general para que el Dios de las batallas bendijese al ejército cristiano. Pío V mandó legaciones especiales al emperador y a los reyes.
El 21 de junio la escuadra pontificia, al mando de Marco Antonio Colonna, se hizo a la vela rumbo a Messina, lugar de cita de las tres potencias; el 23 de julio llegó la escuadra veneciana, mandada por un viejo lobo de mar: Sebastián Veniero; la escuadra española hizo escala en Nápoles el 8 de agosto; don Juan de Austria fue nombrado almirante general de la empresa. Allí recibió el bastón de mando y el estandarte —damasco de seda azul, imagen del Salvador crucificado, escudos enlazados con cadenas de oro— de manos del cardenal Granvela. El almirante era un joven gallardo, de ojos azules y blondos rizos; contaba solamente veinticuatro años. El 24 de agosto arribó a Messina. Dos gloriosos marinos le acompañaban: Andrea Doria y Alvaro de Bazán. La tropa se preparó a la lucha confesando y comulgando. Pío V mandó decir a don Juan que iba a combatir por la fe católica y por eso Dios le concedería la victoria. Zarpó la escuadra hacia Corfú; los espías anunciaron que los turcos esperaban en Lepanto.
El 7 de octubre, a la hora del alba, habían dejado atrás las islas Equínadas y entraban en el golfo de Patrás; don Juan dio, con un cañonazo, la señal de prepararse para el ataque y enarboló la bandera de la Liga en el palo mayor de su navío. Un grito cristiano resonó en las olas: ¡"Victoria, victoria"!
Estadística de las fuerzas que iban a chocar:
Turcas:
222 galeras, 60 buques, 750 cañones, 34.000 soldados, 13.000 marineros, 41.000 galeotes.
Cristianas:
207 galeras, 30 buques, 6 galeazas, 1.800 cañones, 30.000 soldados, 12.900 marineros, 43.000 remeros.
A mediodía chocan las escuadras: los representantes de Cristo y los secuaces de Alá. Se lucha por las alas y en el centro. Don Juan, con trescientos veteranos, adelanta su nave hacia la del generalísimo turco, que tiene a su lado a 400 jenízaros; el cielo está limpio, el mar en calma asustada; la pelea sigue indecisa. A las cuatro de la tarde cae muerto el gran almirante Alí. Los turcos se desalientan y huyen en retirada. Sobre las aguas del mar; sangre, cadáveres, naves rotas.
Ocho mil turcos perdieron la vida, 10.000 cayeron prisioneros, 50 de sus galeras hundidas, 117 dejaron como botín con sus estandartes y artillería; los vencedores también pagaron tributo: 12 galeras, 7.500 muertos, otros tantos heridos; pero habían vencido. Doce mil esclavos condenados al remo hallaron la libertad; 2.000 eran españoles. La cristiandad respiró a pulmón, lleno. Lepanto fue, como dijo Miguel de Cervantes, que allí luchó mordido por la fiebre y perdió un brazo, “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados y esperan ver los venideros". Pío V, que había estado en constante oración ante el crucifijo y la Virgen del Rosario, supo por revelación la noticia del triunfo y exclamó como el anciano Simeón: "Ahora, Señor, dejas ya a tu siervo en paz". La fiesta del Rosario quedará en la Iglesia como recuerdo de la victoria sin par. Y en las letanías se añadirá un piropo: "Auxilio de los cristianos ruega por nosotros."
En realidad, Pío V podía morir tranquilo. Consumido por la penitencia y el trabajo, postrado en el lecho del dolor y de la muerte, exclamaba: "Señor, aumentad mis dolores, pero aumentad también mi paciencia". El día 1 de mayo de 1572 pasó a la vida bienaventurada. Había muerto un santo. La víspera de su tránsito ordenó que le vistiesen el hábito de su Orden para morir como un simple dominico. Su voluntad era que le diesen sepultura en Bosco, lugar donde nació y pastoreó, como el más humilde de los mortales. Pero Sixto V, que le debía el cardenalato, hizo trasladar sus restos, enterrados provisionalmente en el Vaticano, a un grandioso mausoleo en Santa María la Mayor, donde aún está revestido con vestiduras pontificias y cubierto el cráneo con una mascarilla de plata. A su lado está un libro viejo y usado: el libro de los decretos del concilio Tridentino, que siempre estuvo abierto en su mesa de trabajo. El 22 de mayo de 1712, Clemente XI le canonizó. Hasta San Pío X era San Pío V el último papa elevado a los altares. El humilde pastor de Bosco señaló una etapa nueva en la historia de la Iglesia. Los papas que le sucedieron seguirían sus huellas. Vencida la frivolidad del Renacimiento, la Iglesia ganó prestigio y hermosura, encauzada por el espíritu de Trento, que San Pío V encarnó en su vida y lo irradió a todos los estratos de la grey cristiana.
ALVARO HUERGA, O. P.
Pío V fue el máximo artífice de la Liga Santa contra los turcos que permitió el éxito de la armada cristiana en Lepanto. Nadie pone en duda la piedad de Antonio Ghisleri, totalmente entregado a su celo espiritual, aplicando con el máximo rigor las decisiones adoptadas en Trento, excomulgando a Isabel I de Inglaterra u oponiéndose a las pretensiones fiscales contrarias a la Iglesia manifestadas por Felipe II. Su tenacidad le llevó a ser elevado a los altares.
LA IGLESIA

¿Y cual es la postura de la Iglesia ante la Tauromaquia?
¿Como es posible que los Párrocos acepten capotes bordados como ofrenda a la Virgen, o que ciertas corridas sean homenaje a los Santos locales?
¿Donde quedan la bondad, piedad, o caridad Cristianas?
...
La verdad es que todas estas preguntas quedarán inevitablemente sin respuesta...

Sin embargo, en contra de lo que muchos taurinos pretenden hacernos ver, la Iglesia se muestra totalmente contraria a estos espectáculos de muerte y vanidad humana, y buena prueba de ello es la Bula promulgada el 1 de noviembre de 1567 por San Pío V, que aparece más abajo traducida al castellano
INTRODUCCIÓN BULA CONTRA LAS CORRIDAS DE TOROS
Información obtenida gracias a un documento de Luis Gilpérez Fraile, vicepresidente de ASANDA. Puedes encontrar la versión original de este texto en la web de ASANDA
http://www.utopiaverde.org/web/asanda/
Pocos serán los taurinos que hayan oído hablar de la denominada Bula "DE SALUTIS GREGIS DOMINICI", promulgada el 1 de noviembre de 1567 por San Pío V, en la que califica a los espectáculos taurinos de obra "no de hombres sino del demonio", prohíbe participar en las mismas, y niega sepultura eclesiástica a los participantes que pudieran morir en el coso. Pero serán muchos menos los que hayan tenido acceso a su texto íntegro, el cual se ha procurado que permanezca desconocido incluso en los años inmediatos a su publicación. En realidad, en España nunca llegó a publicarse por la intervención de Felipe II, y ello a pesar de la orden expresa que en la misma se señala: "... apelando al juicio divino y a la amenaza de la maldición eterna, que hagan publicar suficientemente nuestro escrito en las ciudades y diócesis propias y cuiden de que se cumplan, incluso bajo penas y censuras eclesiásticas, lo que arriba hemos ordenado".
A través del compañero Mitxel Arozena Yarza hemos tenido la oportunidad de acceder tanto al texto original como a una fiable traducción de la mencionada Bula y, tras su atenta lectura, podemos comprender perfectamente el afán de que su contenido permanezca oculto: la Bula supone la excomunión a perpetuidad, sin otros ambages ni posibilidad de derogación, de todos aquellos que permitan, por tener autoridad para ello, o participen directamente, en espectáculos taurinos. Y es ese mismo texto original, y traducción del mismo, el que ahora ofrecemos a cualquier lector taurino interesado, atreviéndonos a recomendarlo muy especialmente a quienes se declaren católicos y deseen ser consecuentes con su fe.
Pero antes, para poder comprender mejor el verdadero alcance del texto que comentamos, será también interesante conocer algo del cómo, cuándo y porqué de la Bula.
CÓMO, CUÁNDO Y POR QUÉ
En 1567, el entonces Papa Pío V (después San Pío V) horrorizado por la crueldad de los espectáculos taurinos que se celebraban en Italia (principalmente en su modalidad de despeño por el Testaccio), Portugal, España, Francia y algunos países suramericanos, y tras encargar un informe sobre los mismos a diversos ilustres, en su mayor parte españoles, decide redactar la Bula de prohibición. Pero sabe que, si bien en Italia no va a encontrar obstáculos para que se cumpla lo ordenado (en realidad, en Italia se prohíben de inmediato tales espectáculos) en el resto, y sobre todo en España, se va a producir una enconada oposición. Así, en Portugal tarda tres años en hacerse pública y sólo consigue instaurar la costumbre, hasta ahora mantenida, de despuntar los cuernos a los toros para evitar peligro a los toreros; en Francia, donde tampoco fue nunca publicada, sólo logró imponerse muchos años después y tras obligadas intervenciones de sus obispos (excepto en su zona sur, como es bien sabido); y en Méjico, donde sí fue publicada y debatida por sus obispos, pero ignorada por los poderes públicos.
Por dicha razón, Pío V la redacta en unos términos que resulten inequívocos de su voluntad y no dejen posibilidad de futuras revocaciones: "... prohibimos terminantemente por esta nuestra constitución, que estará vigente perpetuamente... Dejamos sin efecto y anulamos y decretamos y declaramos que se consideren perpetuamente revocadas, nulas e irritas todas las obligaciones, juramentos y votos que hasta ahora se hayan hecho o vayan a hacerse en adelante... Sin que pueda aducirse en contra cualesquiera constituciones u ordenamientos apostólicos y exenciones , privilegios, indultos, facultades y cartas apostólicas concedidas, aprobadas e innovadas por iniciativa propia o de cualquier otra manera a cualesquiera personas, de cualquier rango y condición, bajo cualquier tenor y forma y con cualesquiera cláusulas, incluso derogatorias de derogatorias...".
Pero a pesar de tan manifiesta voluntad de que su Bula se cumpliera, en España, como ya hemos comentado, ni siquiera fue hecha pública. Muy al contrario, Felipe II intentó, incluso con coacciones (recuérdese que en esta época el Vaticano solicita la alianza de España para acabar con el dominio turco en el Mediterráneo), que Pío V la derogase, sin conseguirlo. En realidad, dados los términos en que había sido redactada, no había ya posibilidad de derogación ni por su promulgador. Sin embargo, Felipe II no cejó en su empeño, y en cuanto Pío V murió, volvió a perseverar con su sucesor, Gregorio XIII, a quien presionó por medio de los embajadores españoles, logrando finalmente (el 25 de agosto de 1585, poco antes de su muerte) que promulgase la Encíclica Exponi nobis, cuyos términos no dejan de ser curiosos: levanta a los laicos la prohibición de asistencia a las corridas, pero ordena que tales festejos no se celebren en días festivos, y mantiene la prohibición de asistencia a los clérigos... Estos se sienten especialmente ofendidos y adoptan una actitud rebelde, hasta tal punto que algunos de los que imparten clases en la universidad de Salamanca no sólo asisten y promueven corridas de toros, sino que manipulan el contenido de la encíclica para que sus alumnos crean que la pretendida derogación también los alcanza a ellos.
Informado Sixto V, sucesor de Gregorio XIII, de tales desobediencias, el 14 de abril de 1586 remite al obispo de Salamanca el Breve Nuper siquidem, dándole "facultad libre y autoridad plena, tanto para que impidas las dichas enseñanzas [las que los clérigos impartían falazmente sobre la derogación de la bula de Pío V] cuanto para que prohíbas a los clérigos de tu jurisdicción la asistencia a los citados espectáculos. Así mismo te autorizamos para que castigues a los inobedientes, de cualquier clase y condición que fueren, con las censuras eclesiásticas y hasta con multas pecuniarias recabando en su caso el auxilio del brazo secular para que lo que tu ordenes sea ejecutado sin derecho de reclamación ante Nos y ante nadie. No servirá de obstáculo para el cumplimiento de esta Nuestra disposición, ninguna ordenación ni constitución apostólica, ni los Estatutos de la Universidad, ni la costumbre inmemorial, aunque estuviera vigorizada por el juramento y la confirmación apostólica".
Dicha constitución fue recurrida por los clérigos de la universidad salmantina ante el Rey, para que éste solicitara su derogación al papa, pero curiosamente Felipe II no la diligenció, posiblemente por suponer que no tendría efecto ante Sixto V, Papa especialmente rígido e independiente, y preferir aguardar a una mejor ocasión.
Pero a Sixto V le sucede Gregorio XIV, quien tampoco se muestra dispuesto a ceder a las presiones, por lo que Felipe II y los clérigos salmanticenses deben esperar al papado de Clemente VIII, del que, por fin y tras muchas gestiones que tardaron cuatro años en concluir, el 3 de enero de 1596 consiguen el Breve Suscepti muneris, que pretende derogar la Bula de Pío V. Y decimos "pretende" porque resulta evidente su nulidad gracias a las previsiones tomadas al respecto en la Bula De Salute Gregis Dominici.
A partir de ese momento deben transcurrir 84 años y 8 papados antes de que vuelva a producirse alguna intervención oficial pontificia sobre el asunto taurino: efectivamente, el 21 de julio de 1680 el Papa Inocencio XI, bien conocido por su lucha contra el nepotismo, remite un Breve a través del nuncio en España, memorando la vigencia de las prohibiciones pontificas al respecto. Dicho Breve llega a manos del rey Carlos II con un escrito del cardenal Portocarrero, recordándole "cuánto sería del agrado de Dios el prohibir la fiesta de los toros...". Posiblemente por la crítica situación de la monarquía española en esos momentos, no se tienen noticias de cualquier efecto de este último documento.
Pero la prohibición de asistencia a los clérigos a las corridas vuelve a recapitularse en el código de Derecho Canónico, canon 140 (No asistirán a espectáculos... en que la presencia de los clérigos pueda producir escándalo..."); y en el código vigente, canon 285 ("Absténganse los clérigos por completo de todo aquello que desdiga de su estado, según las prescripciones del derecho particular.") quedando pocas dudas de su alcance a los espectáculos donde los animales sufren crueles maltratos; o en declaraciones como las del Cardenal Gasparri, secretario de Estado del Vaticano, quien en 1920 escribía a la S.P.A. de Tolón: "La Iglesia continúa condenando en alta voz, como lo hizo la santidad de Pío V, estos sangrientos y vergonzosos espectáculos"; o monseñor Canciani, Consultor de la Congregación para el Clero de la Santa Sede, quien en 1989 declara la validez de la Bula en declaraciones públicas recogidas, entre otros, por Diario 16 el 5 de junio de dicho año.
EXCOMUNIÓN A PERPETUIDAD
San Pío V: Bula "DE SALUTIS GREGIS DOMINICI" (1567)
[Traducida del texto latino en "Bullarum Diplomatum et Privilegiorum Sanctorum Romanorum Pontificum Taurinensis editio", tomo VII, Augustae Taurinorum 1862, páginas 630-631]
Pío obispo, siervo de los siervos de Dios para perpetua memoria.
Pensando con solicitud en la salvación de la grey del Señor, confiada a nuestro cuidado por disposición divina, como estamos obligados a ello por imperativo de nuestro ministerio pastoral, nos afanamos incesantemente en apartar a todos los fieles de dicha grey de los peligros inminentes del cuerpo, así como de la ruina del alma.
1. En verdad, aunque el detestable uso del duelo, introducido, por el diablo para conseguir con la muerte cruenta del cuerpo la ruina, también, del alma, haya sido prohibido por decreto del concilio de Trento, sin embargo todavía en muchas ciudades y en muchísimos lugares no cesan las luchas con toros y otras fieras en espectáculos públicos y privados, para hacer exhibición de su fuerza y de su audacia, lo cual acarrea con frecuencia incluso muertes humanas, mutilación de miembros y peligro para el alma.
2. Por lo tanto, Nos, considerando que estos espectáculos en los que se corren toros y fieras en el circo o en la plaza pública no tienen nada que ver con la piedad y caridad cristiana, y queriendo abolir estos espectáculos cruentos y vergonzosos, no de hombres sino del demonio, y proveer a la salvación de las almas en la medida de nuestras posibilidades con la ayuda de Dios, prohibimos terminantemente por esta nuestra constitución, que estará vigente perpetuamente, bajo pena de excomunión y de anatema en que se incurrirá por el hecho mismo Ipso facto, que todos y cada uno de los príncipes cristianos, cualquiera que sea la dignidad de que estén revestidos, sea eclesiástica o civil, incluso imperial o real o de cualquier otra clase, cualquiera que sea el nombre con el que se les designe o cualquiera que sea la comunidad o el estado, permitan la celebración de estos espectáculos en los que se corren toros y otras fieras en sus provincias, ciudades, territorios, plazas fuertes, y lugares donde se lleven a cabo. Prohibimos, asimismo, que los soldados y cualesquiera otras personas osen enfrentarse con toros y otras fieras en los citados espectáculos, sea a pie o a caballo.
3. Y si alguno de ellos muriere allí, no se le dé sepultura eclesiástica.
4. Del mismo modo, prohibimos bajo pena de excomunión que los clérigos tanto regulares como seculares que tengan un beneficio eclesiástico o hayan recibido órdenes sagradas tomen parte en estos espectáculos.
5. Dejamos sin efecto y anulamos, y decretamos y declaramos que se consideren perpetuamente revocadas, nulas e irritas todas las obligaciones, juramentos y votos que hasta ahora se hayan hecho o vayan a hacerse en adelante, lo cual queda prohibido, por cualquier persona, colectividad o colegio sobre tales corridas de toros aunque sean, como ellos erróneamente piensan, en honor de los santos o de alguna solemnidad y festividad de la iglesia, que deben celebrarse y venerarse con alabanzas divinas, alegría espiritual y obras piadosas, y no con esta clase de diversiones.
6. Mandamos a todos los príncipes, condes y barones feudatarios de la Santa Iglesia Romana, bajo pena de privación de los feudos concedidos por la misma Iglesia Romana, y exhortamos en el Señor y mandamos en virtud de santa obediencia a los demás príncipes cristianos y a los señores de las tierras, de los que hemos hecho mención, que, en honor y reverencia al nombre del Señor, hagan cumplir escrupulosamente en sus dominios y tierras todo lo que arriba hemos ordenado y serán abundantemente recompensados por el mismo Dios por tan buena obra.
7. A todos nuestros hermanos patriarcas, primados, arzobispos y obispos y a otros ordinarios locales en virtud de santa obediencia, apelando al juicio divino y a la amenaza de la maldición eterna, que hagan publicar suficientemente nuestro escrito en las ciudades y diócesis propias y cuiden de que se cumplan, incluso bajo penas y censuras eclesiásticas, lo que arriba hemos ordenado.
8. Sin que pueda aducirse en contra cualesquiera constituciones u ordenamientos apostólicos y exenciones, privilegios, indultos, facultades y cartas apostólicas concedidas, aprobadas e innovadas por iniciativa propia o de cualquier otra manera a cualesquiera personas, de cualquier rango y condición, bajo cualquier tenor y forma y con cualesquiera cláusulas, incluso derogatorias de derogatorias, y con otras cláusulas más eficaces e inusuales, así como también otros decretos invalidantes, en general o en casos particulares y, teniendo por reproducido el contenido de todos esos documentos mediante el presente escrito, especial y expresamente los derogamos, lo mismo que cualquier otro documento que se oponga.
9. Queremos que el presente escrito se haga público en la forma acostumbrada en nuestra Cancillería Apostólica y se cuente entre las constituciones que estarán vigentes perpetuamente y que se otorgue a sus copias, incluso impresas, firmadas por notario público y refrendadas con el sello de algún prelado, exactamente la misma autoridad que se otorgaría al presente escrito si fuera exhibido y presentado.
Por tanto, absolutamente a nadie etc.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el año 1567 de la Encarnación del Señor, en las Calendas de Noviembre, segundo año de nuestro pontificado.
Dado el 1 de noviembre de 1567, segundo año del pontificado
Este texto, fechado en el siglo XVI puede parecer demasiado antiguo para ser tomado en cuenta, pero en 1920 el Secretario de Estado del Vaticano, Cardenal Gasparri, escribió que "la Iglesia continúa condenando en alta voz, como lo hizo la Santidad de Pío V, estos sangrientos y vergonzosos espectáculos."
Monseñor Mario Canciani, consultor de la Congregación para el Clero de la Santa Sede, decía que todo aquel que muriese en una corrida de toros está condenado al fuego eterno. "Hoy, muchos laicos que luchan denodadamente contra la corrida se preguntan qué ha hecho la Iglesia contra esta ignominia."
Igualmente, según la investigación histórica de Monseñor Canciani, todos los que frecuenten estas fiestas como actores o espectadores, están excomulgados (1989).
El propio Juan Pablo II, haciendo un estudio de la Biblia, recuerda que "el hombre, salido de las manos de Dios, resulta solidario con todos los otros seres vivientes, como aparece en los Salmos 103 y 104, donde no se hace distinción entre los hombres y los animales." La conclusión del Papa es que la "existencia de las criaturas depende de la acción del soplo–espíritu de Dios, que no sólo crea, sino que también conserva y renueva continuamente la faz de la Tierra."

Incluso el propio Ernest Hemingway, auténtico admirador y seguidor de nuestra vergüenza nacional dejo escrito:

"Supongo que desde el punto de vista moral moderno, es decir, Cristiano, la corrida es moralmente indefendible; hay siempre en ella crueldad, peligro, buscado o azaroso, y muerte..."
15 de Mayo
SAN ISIDRO
Patrón de Madrid
Isidro nació en Madrid, de padres pobres, y fue bautizado con el nombre de su patrón, San Isidoro de Sevilla. No tenían medios para procurarle una educación o una instrucción, pero infundieron en su alma tierna un indecible horror al pecado y el más vehemente ardor por todas las virtudes. Los buenos libros son una gran ayuda para la sagrada meditación, pero no un requisito indispensable. En su juventud se puso al servicio de un caballero llamado Juan de Vargas de Madrid para trabajar sus tierras y hacer las labores del campesinado. El santo tomó después por esposa a una mujer muy virtuosa, llamada María Toribia. Después del nacimiento de un hijo, que murió joven, los padres de mutuo acuerdo sirvieron a Dios en perfecta continencia.
San Isidro continuó siempre al servicio del mismo amo. Don Juan de Vargas, al reconocer por la larga experiencia del tesoro que poseía en su fiel campesino, lo trató como a un hermano. Le dio la libertad de asistir diariamente al oficio público en la iglesia. Por otro lado, San Isidro se cuidaba de levantarse muy temprano, para que sus devociones no impidieran la realización de su trabajo, ni ninguna intromisión en las obligaciones para con su amo. Inspiró a su mejer la misma confianza en Dios, el mismo amor por los pobres, y el mismo desprendimiento de las cosas de este mundo. Ella murió en 1175 y es honrada en España entre los santos.
Al sufrir San Isidro la enfermedad de la que moría, presintió su última hora y se preparó para ella con redoblado fervor, y con la más tierna devoción, paciencia y alegría. La piedad con la que recibió el último sacramento arrancó las lágrimas de todos los que estaban presentes. Repitiendo inflamados actos de amor divino expiró el quince de mayo, 1170, teniendo cerca de sesenta años. Su muerte fue glorificada por los milagros. Después de cuarenta años, su cuerpo fue trasladado a la iglesia de San Andrés. Desde que fue situado en la capilla del obispo, ha sido honrado con una sucesión de frecuentes milagros.

Todos los años, con motivo de la festividad de San Isidro el 15 de mayo comienza en Madrid la feria taurina que lleva su nombre, lo que significa un mes de corridas casi a diario (22 corridas de toros, 3 corridas de rejones y 3 novilladas picadas, en este año 2001) que supone la tortura y muerte de más de 130 toros. Año tras año se mancha el buen nombre de San Isidro, y desde aquí me gustaría proponer un cambio de nombre para dicha fiesta que podría llamarse: La Fiesta de Lucifer, o La Fiesta de Belcebú, o simplemente La Fiesta del Maligno, nombres estos, a todas luces, mucho mas apropiados. Me pregunto porque la Iglesia no solo no protege el nombre de los santos, sino que parece ofrecerlos, y manda sacerdotes a bendecir los nuevos "mataderos".
EXCOMUNIÓN A PERPETUIDAD
San Pío V: Bula «DE SALUTIS GREGIS DOMINICI» (1567)
[Traducida del texto latino en «Bullarum Diplomatum et Privilegiorum Sanctorum Romanorum Pontificum Taurinensis editio», tomo VII, Augustae Taurinorum 1862, páginas 630-631] Pío obispo, siervo de los siervos de Dios para perpetua memoria]
Pensando con solicitud en la salvación de la grey del Señor, confiada a nuestro cuidado por disposición divina, como estamos obligados a ello por imperativo de nuestro ministerio pastoral, nos afanamos incesantemente en apartar a todos los fieles de dicha grey de los peligros inminentes del cuerpo, así como de la ruina del alma.
En verdad, si bien se prohibió, por decreto del concilio de Trento, el detestable uso del duelo --introducido por el diablo para conseguir, con la muerte cruenta del cuerpo, la ruina también del alma--, así y todo no han cesado aún, en muchas ciudades y en muchísimos lugares, las luchas con toros y otras fieras en espectáculos públicos y privados, para hacer exhibición de fuerza y audacia; lo cual acarrea a menudo incluso muertes humanas, mutilación de miembros y peligro para el alma.
Por lo tanto, Nos, considerando que esos espectáculos en que se corren toros y fieras en el circo o en la plaza pública no tienen nada que ver con la piedad y caridad cristiana, y queriendo abolir tales espectáculos cruentos y vergonzosos, propios no de hombres sino del demonio, y proveer a la salvación de las almas, en la medida de nuestras posibilidades con la ayuda de Dios, prohibimos terminantemente por esta nuestra Constitución, que estará vigente perpetuamente, bajo pena de excomunión y de anatema en que se incurrirá por el hecho mismo (ipso facto), que todos y cada uno de los príncipes cristianos, cualquiera que sea la dignidad de que estén revestidos, sea eclesiástica o civil, incluso imperial o real o de cualquier otra clase, cualquiera que sea el nombre con el que se los designe o cualquiera que sea su comunidad o estado, permitan la celebración de esos espectáculos en que se corren toros y otras fieras es sus provincias, ciudades, territorios, plazas fuertes, y lugares donde se lleven a cabo. Prohibimos, asimismo, que los soldados y cualesquiera otras personas osen enfrentarse con toros u otras fieras en los citados espectáculos, sea a pie o a caballo.
Y si alguno de ellos muriere allí, no se le dé sepultura eclesiástica.
Del mismo modo, prohibimos bajo pena de excomunión que los clérigos, tanto regulares como seculares, que tengan un beneficio eclesiástico o hayan recibido órdenes sagradas tomen parte en esos espectáculos.
Dejamos sin efecto y anulamos, y decretamos y declaramos que se consideren perpetuamente revocadas, nulas e írritas todas las obligaciones, juramentos y votos que hasta ahora se hayan hecho o vayan a hacerse en adelante, lo cual queda prohibido, por cualquier persona, colectividad o colegio, sobre tales corridas de toros, aunque sean, como ellos erróneamente piensan, en honor de los santos o de alguna solemnidad y festividad de la iglesia, que deben celebrarse y venerarse con alabanzas divinas, alegría espiritual y obras piadosas, y no con diversiones de esa clase.
Mandamos a todos los príncipes, condes y barones feudatarios de la Santa Iglesia Romana, bajo pena de privación de los feudos concedidos por la misma Iglesia Romana, y exhortamos en el Señor y mandamos, en virtud de santa obediencia, a los demás príncipes cristianos y a los señores de las tierras, de los que hemos hecho mención, que, en honor y reverencia al nombre del Señor, hagan cumplir escrupulosamente en sus dominios y tierras todo lo que arriba hemos ordenado; y serán abundantemente recompensados por el mismo Dios por tan buena obra.
A todos nuestros hermanos patriarcas, primados, arzobispos y obispos y a otros ordinarios locales en virtud de santa obediencia, apelando al juicio divino y a la amenaza de la maldición eterna, que hagan publicar suficientemente nuestro escrito en las ciudades y diócesis propias y cuiden de que se cumplan, incluso bajo penas y censuras eclesiásticas, lo que arriba hemos ordenado.
Sin que pueda aducirse en contra cualesquiera constituciones u ordenamientos apostólicos y exenciones, privilegios, indultos, facultades y cartas apostólicas concedidas, aprobadas e innovadas por iniciativa propia o de cualquier otra manera a cualesquiera personas, de cualquier rango y condición, bajo cualquier tenor y forma y con cualesquiera cláusulas, incluso derogatorias de derogatorias, y con otras cláusulas más eficaces e inusuales, así como también otros decretos invalidantes, en general o en casos particulares y, teniendo por reproducido el contenido de todos esos documentos mediante el presente escrito, especial y expresamente los derogamos, lo mismo que cualquier otro documento que se oponga.
Queremos que el presente escrito se haga público en la forma acostumbrada en nuestra Cancillería Apostólica y se cuente entre las constituciones que estarán vigentes perpetuamente y que se otorgue a sus copias, incluso impresas, firmadas por notario público y refrendadas con el sello de algún prelado, exactamente la misma autoridad que se otorgaría al presente escrito si fuera exhibido y presentado.
Por tanto, absolutamente a nadie etc. Dado en Roma, junto a San Pedro, el año 1567 de la Encarnación del Señor, en las Calendas de Noviembre, segundo año de nuestro pontificado. Dado el 1 de noviembre de 1567, segundo año del pontificado
Pio V
1566-1572
Papa número: 225
Duración del Reinado:6
an Pío V implementó completamente las decisiones del concilio de Trento y se dedicó a las reformas dentro de la Iglesia. Le dió un nuevo ímpetu a los seminarios y mejoró la calidad de los sacerdotes. Uso la inquisición en todos los casos en los cuales encontraba oposición, habiendo sido anteriormente Comisario General de la Inquisición Romana, conocía perfectamente el mecanismo de la persecución. Los Jesuitas estaban muy cerca de su corazón. Era extremadamente devoto de la Virgen Maria y rezaba el rosario todos los días. Durante su Papado tomó lugar la famosa Batalla de Lepanto en el año 1571, cuando la flota cristiana venció la flota turca.
La Batalla de Lepanto
Pío tambien lanzó la cruzada ultima cruzada contra los musulmanes, enviando la armada cristiana a asesinar a miles en la Batalla de Lepanto en 1571.
Esta batalla naval, quebró el poder de los turcos en el Mediterráneo. En memoria del triunfo, Pío V agregó a la Letanía de Loreto la súplica "Ayuda de Cristianos".

San Pio V - El Martillo de los Judios
El 19 de abril de 1566, solo tres meses despues de ser coronado Papa, el rechaza las facilidades que su predecesor le habia aotorgado a los judios y reinstaura todas las restricciones impuestas por el Papa Pablo IV. Entre ellas el uso de un gorro distintivo, las prohibiciones contra la tenencia de propiedad y la practica de la medicina con pacientes cristianos. Los judios fueron confinados al gueto y se les prohibio tener mas de una sinagoga por comunidad.
Pio el Inquisidor
Como Gran Inquisidor, él envio las tropas catolicas a matar 2,000 Valdenses Protestantes en el sur de Italia. Después de llegar al trono de Pedro comenzó a implementar las decisiones del Concilio en serio y envio tropas catolicas a matar Hugonotes Protestantes en Francia. Él mismo como inquisidor le dio a la Inquisición total libertad para operar y hacer uso generoso del índice. Su excomunión a la reina inglesa Elizabeth I llevó a una persecución salvaje de católicos ingleses. Intensifico a la Inquisicion Romana al punto de generalizar la tortura y las quemas de catolicos cuyas creencias variaban del dogma oficial. despues de su muerte Pio fue canonizado y asi llego a la santidad. ¡Dios (sic) nos libre!
San Pío VSumo Pontífice(1572)
Es interesante el mensaje que el Pontífice envió felicitando a los ejércitos vencedores. Dice así: "No fueron las técnicas, no fueron las armas, las que nos consiguieron la victoria. Fue la intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Dios".
Oracion
En este tiempo de tanta proliferación de protestantismo por todas partes, que este valiente defensor de la Iglesia ruegue por nosotros."Si tu haces algo por la Virgen María, la Virgen hará mucho por ti"
Historia
Pío significa: el piadoso que cumple bien sus deberes con Dios. Se llama Quinto, porque antes de él hubo otros cuatro Pontífices que llevaron el nombre de Pío. Nació en un pueblo llamado Bosco, en Italia, en 1504. Sus padres eran muy piadosos pero muy pobres. Aunque era un niño muy inteligente, sin embargo hasta los 14 años tuvo que dedicarse a cuidad ovejas en el campo, porque los papás no tenían con qué costearle estudios. Pero la vida retirada en la soledad del campo le sirvió mucho para dedicarse a la piedad y a la meditación, y la gran pobreza de la familia le fue muy útil para adquirir gran fortaleza para soportar los sufrimientos de la vida. Más tarde será también Pastor de toda la Iglesia.Una familia rica notó que su hijo Antonio se comportaba mejor desde que era amigo de nuestro santo, y entonces dispuso costearle los estudios para que acompañaran a Antonio y le ayudara a ser mejor. Y así pudo ir a estudiar con los Padres Dominicos y llegar a ser religiosos de esa comunidad. Nunca olvidará el futuro Pontífice este gran favor de tan generosa familia. En la comunidad le fueron dando cargos de muchos importancia: Maestro de novicios, Superior de varios conventos. Y muy pronto el Sumo Padre, el Papa, lo nombró obispo. Tenía especiales cualidades para gobernar.Como el protestantismo estaba invadiendo todas las regiones y amenazaba con quitarle la verdadera fe a muchísimos católicos, el Papa nombró a nuestro santo como encargado de la asociación que en Italia defendía a la verdadera religión. Y él, viajando casi siempre a pie y con gran pobreza, fue visitando pueblos y ciudades, previniendo a los católicos contra los errores de los evangélicos y luteranos, y oponiéndose fuertemente a todos los que querían atacar nuestra religión. Muchas veces estuvo en peligro de ser asesinado, pero nunca se dejaba vencer por el temor. Con los de buena voluntad era sumamente bondadoso y generoso, pero para con los herejes demostraba su gran ciencia y sus dotes oratorias y los iba confundiendo y alejando, en los sitios a donde llegaba.El Papa, para premiarles sus valiosos servicios y para tenerlo cerca de él como colaborador en Roma, lo nombró Cardenal y encargado de dirigir toda la lucha en la Iglesia Católica en defensa de la fe y contra los errores de los protestantes.Al morir el Papa Pío IV, San Carlos Borromeo les dijo a los demás cardenales que el candidato más apropiados para ser elegido Papa era este santo cardenal. Y lo eligieron y tomó el nombre de Pío Quinto. Antes se llamaba Antonio Chislieri.Antes se acostumbraba que al posesionarse del cargo un nuevo Pontífice, se diera un gran banquete a los embajadores y a los jefes políticos y militares de Roma. Pío Quinto ordenó que todo lo que se iba a gastar en ese banquete, se empleará en darles ayudas a los pobres y en llevar remedios para los enfermos más necesitados de los hospitales.Cuando recién posesionado, iba en procesión por Roma, vio en una calle al antiguo amigo Antonio, aquel cuyos papás le habían costeado a él los estudios y lo llamó y lo nombró gobernador del Castillo Santángelo, que era el cuartel del Papa. La gente se admiró al saber que el nuevo Pontífice había sido un niño muy pobre y comentaban que había llegado al más alto cargo en la Iglesia, siendo de una de las familias más pobres del país.Pío Quinto parecía un verdadero monje en su modo de vivir, de rezar y de mortificarse. Comía muy poco. Pasaba muchas horas rezando. Tenía tres devociones preferidas La Eucaristía (celebraba la Misa con gran fervor y pasaba largos ratos de rodillas ante el Santo Sacramento) El Rosario, que recomendaba a todos los que podía. Y la Santísima Virgen por la cual sentía una gran devoción y mucha confianza y de quién obtuvo maravillosos favores.Las gentes comentaban admiradas: - Este sí que era el Papa que la gente necesitaba". Lo primero que ordenó fue que todo obispo y que todo párroco debía vivir en el sitio para donde habían sido nombrados (Porque había la dañosa costumbre de que se iban a vivir a las ciudades y descuidaban la diócesis o la parroquia para la cual los habían nombrado). Prohibió la pornografía. Hizo perseguir y poner presos a los centenares de bandoleros que atracaban a la gente en los alrededores de Roma. Visitaba frecuentemente hospitales y casas de pobres para ayudar a los necesitados. Puso tal orden en Roma que los enemigos le decían que él quería convertir a Roma en un monasterio, pero los amigos proclamaban que en 300 años no había habido un Papa tan santo como él. Las gentes obedecían sus leyes porque le profesaban una gran veneración.En las procesiones con el Santísimo Sacramento los fieles se admiraban al verlo llevar la custodia, con los ojos fijos en la Santa Hostia, y recorriendo a pie las calles de Roma con gran piedad y devoción. Parecía estar viendo a Nuestro Señor.Publicó un Nuevo Misal y una nueva edición de La Liturgia de Las Horas, o sea los 150 Salmos que los sacerdotes deben rezar. Publicó también un Catecismo Universal. Dio gran importancia a la enseñanza de las doctrinas de Santo Tomás de Aquino en los seminarios, porque por no haber aprendido esas enseñanzas muchos sacerdotes se habían vuelto protestantes.Aunque era flaco, calvo, de barba muy blanca y bastante pálido las gentes comentaban: "El Papa tiene energías para diez años y planes de reformas para mil años más".Los mahometanos amenazaban con invadir a toda Europa y acabar con la Religión Católica. Venían desde Turquía destruyendo a sangre y fuego todas las poblaciones católicas que encontraban. Y anunciaron que convertirían la Basílica de San Pedro en pesebrera para sus caballos. Ningún rey se atrevía a salir a combatirlos.Pío Quinto con la energía y el valor que el caracterizaban, impulsó y buscó insistentemente la ayuda de los jefes más importantes de Europa. Por su cuenta organizó una gran armada con barcos dotados de lo mejor que en aquel tiempo se podía desear para una batalla. Obtuvo que la república de Venecia le enviara todos sus barcos de guerra y que el rey de España Felipe II le colaborar con todas sus naves de combate. Y así organizó una gran flota para ir a detener a los turcos que venían a tratar de destruir la religión de Cristo. Y con su bendición los envió a combatir en defensa de la religión.Puso como condición para estar seguros de obtener de Dios la victoria, que todos los combatientes deberían ir bien confesados y habiendo comulgado. Hizo llegar una gran cantidad de frailes capuchinos, franciscanos y dominicos para confesar a los marineros y antes de zarpar, todos oyeron misa y comulgaron. Mientras ellos iban a combatir en las aguas del mar, el Papa y las gentes piadosas de Roma recorrían las calles, descalzos, rezando el rosario para pedir la victoria.Los mahometanos los esperaban en el mar lejano con 60 barcos grandes de guerra, 220 barcos medianos, 750 cañones, 34,000 soldados especializados, 13,000 marineros y 43,000 esclavos que iban remando. El ejército del Papa estaba dirigido por don Juan de Austria (hermano del rey de España). Los católicos eran muy inferiores en número a los mahometanos. Los dos ejércitos se encontraron en el golfo de Lepanto, cerca de Grecia.El Papa Pío Quinto oraba por largos ratos con los brazos en cruz, pidiendo a Dios la victoria de los cristianos. Los jefes de la armada católica hicieron que todos sus soldados rezaran el rosario antes de empezar la batalla. Era el 7 de octubre de 1571 a mediodía. Todos combatían con admirable valor, pero el viento soplaba en dirección contraria a las naves católicas y por eso había que emplear muchas fuerzas remando. Y he aquí que de un momento a otro, misteriosamente el viento cambió de dirección y entonces los católicos, soltando los remos se lanzaron todos al ataque. Uno de esos soldados católicos era Miguel de Cervantes. El que escribió El Quijote.Don Juan de Austria con los suyos atacó la nave capitana de los mahometanos donde estaba su supremo Almirante, Alí, le dieron muerte a éste e inmediatamente los demás empezaron a retroceder espantados. En pocas horas, quedaron prisioneros 10,000 mahometanos. De sus barcos fueron hundidos 111 y 117 quedaron en poder de los vencedores. 12,000 esclavos que estaban remando en poder de los turcos quedaron libres.En aquel tiempo las noticias duraban mucho en llegar y Lepanto quedaba muy lejos de Roma. Pero Pío Quinto que estaba tratando asuntos con unos cardenales, de pronto se asomó a la ventana, miró hacia el cielo, y les dijo emocionado: "Dediquémonos a darle gracias a Dios y a la Virgen Santísima, porque hemos conseguido la victoria". Varios días después llegó desde el lejano Golfo de Lepanto, la noticia del enorme triunfo. El Papa en acción de gracias mandó que cada año se celebre el 7 de octubre la fiesta de Nuestra Señora del Rosario y que en las letanías se colocara esta oración "María, Auxilio de los cristianos, ruega por nosotros" (propagador del título de Auxiliadora fue este Pontífice nacido en un pueblecito llamado Bosco. Más tarde un sacerdote llamado San Juan Bosco, será el propagandista de la devoción a María Auxiliadora).Pío V murió el 1 de mayo de 1572 a los 68 años de edad y fue declarado santo por el Papa Clemente XI en 1712.
Pío V, (* Bosco, 17 de enero de 1504 – † Roma, 1 de mayo de 1572). Papa de la Iglesia católica de 1566 a 1572.
Nacido Antonio Michele Ghiselieri, este monje dominico, fue canonizado por Clemente XI en 1712.
Comisario General de la Inquisición Romana.
Los jesuitas estaban muy cerca de su corazón. Era extremadamente devoto de la Virgen María, rezaba el Rosario todos los días.
En1558, siendo papa Pablo IV, había sido nombrado Gran Inquisidor; nadie mejor que él para poner en práctica los acuerdos del concilio de Trento e impulsar su espíritu contrarreformista con firmeza. Como los detalles también cuentan, encargó al pintor Daniele da Volterra que cubriese las figuras trazadas en la Capilla Sixtina por Miguel Ángel quien no las había dotado de vestimenta y exhibían su desnudez ante el observador. Asimismo mereció su desaprobación la pagana costumbre de lidiar toros; la bula De salutis gregis dominici de 1 de noviembre de 1567 prohibía estos bárbaros espectáculos bajo pena de excomunión a perpetuidad.
Sirvan estos gestos como ejemplo del ardor fervoroso con que Pío V se propuso encauzar la vida espiritual del mundo cristiano, y aun la terrenal también, pues como tantos otros papas teocráticos que le habían precedido, mediante la bula In cœna Domini proclamó la supremacía de la iglesia de Roma y de su cabeza visible sobre todos los poderes civiles y sobre quienes los ostentan.
Financió con cargo al erario pontificio la participación de la Iglesia en las guerras santas en Francia contra los hugonotes, o la expulsión de los judíos de los estados de su jurisdicción.
Contra los turcos promovió el papa la Liga Santa que quedó constituida por España, Venecia y los propios Estados Pontificios, con participación genovesa. Al frente de las fuerzas combinadas puso el papa a don Juan de Austria, hermanastro de Felipe II, a quien definió, utilizando la cita evangélica referida a Juan el Bautista, como «un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan». Las capitulaciones de la Liga fijaban detalladamente los recursos militares con que había de contribuir cada uno de los participantes. El papa asumía el compromiso de aportar 12 galeras aparejadas y dispuestas, 3.000 soldados de infantería y 270 jinetes con sus monturas. También se comprometían los coaligados a acudir en socorro de cualquiera de los miembros de la Liga que se viese atacado por los turcos, en especial si los territorios en peligro eran los de la santa sede. Como cláusula de penalización para quien no atendiese sus obligaciones de confederado, el Papa impuso en las estipulaciones la pena de excomunión latae sententiae y el entredicho con pérdida de sus posesiones y liberación del juramento de fidelidad de sus súbditos.
En 1567, san Pío V promulgó una bula papal, en la que ordenaba que fuesen trasladadas parte de las reliquias de los santos Justo y Pastor desde Huesca a Alcalá de Henares, ciudad de su cuna y martirio. En noviembre de ese mismo año, Felipe II y su hijo el príncipe Carlos, enviaron una carta cada uno dirigida al Obispo de Huesca para que cumpliese con lo ordenado por el Papa. Así fue como parte de las reliquias de los santos Justo y Pastor fueron remitidas a la ciudad de Alcalá de Henares de la que son patronos los "Santos Niños".
San Pío V murió el 1 de mayo de 1572, unos meses después de que la Liga obtuviese un gran triunfo en la batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571).
Las profecías de San Malaquías se refieren a este papa como Angelus nemorosus (El angel de los bosques), cita que hace referencia a que su nombre de pila era el de un ángel y a que su lugar de nacimiento fue Bosco (bosque
Miguel Ghislieri nació en 1504 en Bosco, en la diócesis de Tortona y tomó el hábito de Santo a los 14 años en el convento de Voghera. En 1556, fue elegido obispo de Nepi y Sutri y al año siguiente, fue nombrado, Inquisidor General y Cardenal. El santo tomó el nombre de Pío V desde el primer momento de su Pontificado (1565) y puso de manifiesto que estaba decidido aplicar no solo la letra sino también el espíritu del Concilio de Trento. En 1568 se publicó en nuevo Breviario, en el cual se omitía las fiestas y extravagantes leyendas de algunos santos y se daba a las lecciones de la Sagrada Escritura su verdadero lugar. Además, se terminó el catecismo que el Concilio de Trento había mandado a redactar y el Pontífice mandó a traducirlo en diferentes lenguas. El éxito del Papa se debió en gran parte, a la veneración que el pueblo le profesaba por su santidad; su oración era fervorosa y frecuentemente visitaba a los hospitales y asistía personalmente a los enfermos. Sin embargo, durante su pontificado, el Papa tuvo que enfrentar dos grandes amenazas: la difusión del protestantismo y las invasiones de los turcos, frente a lo cual trabajó incansablemente. En 1572, el Papa sufrió el violento ataque de una dolorosa enfermedad que le produjo la muerte el 1 de mayo del mismo año, a los 68 años de edad.